Santa Tecla nació como ciudad
El año de 1855 asentó cambios radicales en todas las latitudes del mundo. En Panamá, el 28 de enero se inauguró el ferrocarril que unía al océano Atlántico al Pacífico, una maravilla para la ingeniería de la época. Su costo: cinco años de trabajos y la mortandad de 12,000 hombres que laboraron en la construcción. En 1855, el catorceavo presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, firmó la compra de México, convirtiéndola en parte de Arizona y Nuevo México. En Centroamérica, en ese año se produjo la llegada del filibustero norteamericano William Walker y su banda de «Los Inmortales». Un suceso que posteriormente haría olvidar las disputas entre los caudillos centroamericanos para unirse en un frente común contra los invasores. Pero el año 1855 también marcó el inicio de la construcción de Santa Tecla, a raíz del decreto legislativo del 5 de febrero
de 1855 que aprobó la fundación de la Nueva Ciudad de San Salvador, capital del Estado del Salvador.
Santa Tecla fue concebida para nacer como ciudad. Nunca fue aldea ni villa ni pueblo. No obstante, el arranque fue lento y lleno de dificultades. El primer problema que enfrentó la Junta de Delineación fue repartir los terrenos para las familias que solicitaban habitar el nuevo asentamiento.
El gobernador departamental de San Salvador, coronel Ciriaco Choto, quien años después fue parte de las tropas salvadoreñas que combatieron a William Walker en Nicaragua. Se encargó de informar de la situación de los terrenos al Gobierno Supremo.
Las autoridades intentaron regular la situación mediante decretos, sistematizando los dibujos de los planos de los títulos. Las calles, en esa etapa crítica de la fundación, presentaban serias deficiencias. Los límites estaban mal fijados, el lodo se acumulaba en las calles por las lluvias. Todo esto dificultaba la movilidad.
El entonces alcalde de San Salvador, Antonio Liévano lo llevó a reforzar la aplicación y las leyes de vagancia. Con cuyas multas consiguió ir quitando el terreno y sembrando grama cuando no era posible adoquinar. Luego el Gobierno Supremo, consciente de la necesidad de esta mejora pública, le permitió a la municipalidad hacer uso de los fondos para mejorar las calles.
Los tecleños se fueron abriendo paso en el valle. Dibujando esa cuadrícula inicial, aquellos hombres se dieron cuenta rápido de que para el desarrollo de la ciudad era imperativo conquistar el barranco del Guarumal.
Abrir un camino hacia el poblado de la Santísima Trinidad de Sonsonate y que aquello dejara de ser una vereda escabrosa. Ciriaco López fue el encargado de idear la nueva ruta. A golpes de hacha, los trabajadores fueron sometiendo a la naturaleza entre las montañas rocosas. El occidente estaría cerca y Santa Tecla sustituiría Quezaltepeque, como la ruta para viajar desde la zona central a los departamentos cercanos a Guatemala. La naciente ciudad fue comenzando a poblarse lentamente. Santiago Vilanova, su primer alcalde, tomó posesión el primero de enero de 1856. Según el libro Santa Tecla, la historia y los cuentos de la ciudad de Las Colinas, de Ernesto Rivas Gallont. Para el primer cabildo de la ciudad fueron electos Dionisio López y Pedro Paniagua, como regidor y síndico, respectivamente. También fue nombrado Marcelino Liévano como Juez de Paz propietario.
En la búsqueda de agua
Lejos del caudal del río Acelhuate y otros afluentes del Valle de las Hamacas, la primera gran interrogante que los hombres de avanzada tuvieron que despejar a sus conciudadanos fue si en la nueva capital habría suficiente agua para todos. ¿Bastaban los riachuelos que serpenteaban por el valle de Santa Tecla? En la búsqueda de agua, las autoridades identificaron tres fuentes que no disminuían durante la temporada seca: Chilateos, Periqueras y San Andrés. Las complejas obras de hidráulica que se requerían para llevar el agua por medio de cañerías de al menos 200 varas de largo hasta los estanques y fuentes de las plazas, son descritas por el ingeniero encargado de las obras, el alemán Ottón Fisher, que se conservan en los Papeles Históricos de Miguel Gallardo.
Pero para julio de 1856, el agua no era el único problema que afrontaban los primeros tecleños. En la población comenzó a aflorar la impaciencia ante la lentitud de los avances de la ciudad. Según la Cronología de Santa Tecla de CONCULTURA, la iglesia de Concepción, la ermita de San Antonio, la casa para el Colegio Tridentino, el Palacio Episcopal, la Casa para el Supremo Gobierno y un rancho para el cabildo se construían simultáneamente. Sin embargo, apenas uno era habitable. Esta fue una de las primeras encrucijadas que tuvieron que afrontar las autoridades municipales.
Frente a esta multiplicidad de construcciones, Fisher hace un sutil llamado al Gobierno central para priorizar el asunto del agua sobre la construcción de edificios: «No quiere decir que debe suspenderse los edificios públicos, sino que hacer ver la mayor necesidad para no oír lo que tantas veces se ha dicho: que bien puede vivirse en ranchos, pero no pasar sin agua».
El gobierno se retracta
Desde que surgió la iniciativa de acometer la fundación de la ciudad, se estaba consciente que una empresa tan formidable podía desalentar a muchos. Incluso el Supremo Gobierno de El Salvador, al cabo de los años, perdió el empuje inicial y abandonó la construcción de los edificios gubernamentales en la ciudad.
El general Joaquín Eufrasio Guzmán –padre del insigne intelectual David J. Guzmán– fue presidente de El Salvador en dos oportunidades. La segunda vez estuvo en el poder solo tres semanas, pero el tiempo fue suficiente para firmar el decreto del 27 de enero de 1859, que ordenaba que «la Antigua Ciudad de San Salvador vuelve a ser como antes la Capital del Estado».
De este modo, apenas cuatro años después de haber decretado el traslado de la capital al llano de Santa Tecla, el gobierno se retracta del nombramiento de la Nueva San Salvador como ciudad capital, además de insinuar que el asentamiento probablemente no tendrá éxito.
Así, hubo un momento en que la ciudad pareció encaminada a extinguirse. Al general Joaquín Eufrasio Guzmán sucedió en el poder el capitán general Gerardo Barrios, quien apoyaba la pérdida de privilegios y prerrogativas a la nueva ciudad capital. Barrios alegaba que «la edificación de la nueva ciudad ha sido embarazada por el establecimiento de la antigua». Se trataba de una cuestión de priorizar recursos y el gobierno central, movido por cálculos políticos, en ese momento decidía tomar partido por los pudientes y perseverantes habitantes de San Salvador.
El progreso de Santa Tecla entonces quedaba sin respaldo del poder «limitado al curso paulatino y ordinario de los pueblos». Además, la hostilidad velada o abierta de las autoridades centrales era un obstáculo importante para su desarrollo.
También aducía Barrios que esta vacilación e incerteza sobre cuál debería ser la ciudad capital había comprometido el orden público y generado dificultades en la administración del Estado, al avivar el localismo al que se atribuían tantas reyertas.
Es obvio que Guzmán, Barrios y los miembros de su influyente círculo cercano dudaban de la capacidad de la nueva ciudad para levantarse, además de que estaban a favor de mantener la capital en San Salvador.
Sin el apoyo del Gobierno central, la municipalidad tuvo un papel más determinante. Fueron Santiago Vilanova, Ciriaco González y Tomás Ayón, entre otros de los primeros alcaldes de la ciudad, los que afrontarían gran parte del desafío que significó la edificación de Santa Tecla. Pero quienes habían decidido hacer su vida en la Ciudad de las Colinas demostrarían más temprano que tarde que no era necesario ser la capital para construir una ciudad tranquila, próxima y amable –como la define el verso de Hugo Lindo–, destinada a ser la cuna de grandes empresas, de grandes artistas, de grandes amigos y de grandes y legítimos motivos de orgullo para Santa Tecla y El Salvador.